lunes, 21 de marzo de 2011

Del gataflorismo

Que el refrán del gataflorismo se inventó en función de la feminidad, no tengo ninguna duda, y que el 97% de las veces que se nos aplica es en función del sexo masculino, de eso tampoco tengo dudas. La cosa funciona básicamente bajo una serie de aspectos encadenados al mejor estilo “efecto mariposa”, pero como las mariposas para todos son un bichito divino (menos para mí, que las encuentro especialmente repugnantes) y el tema que estamos tratando tiene de todo menos de divinidad, vamos a decirle “efecto gata peluda”, porque los resultados, asustan, desagradan y pinchan. En fin, el punto es que es un síndrome que se desarrolla en distintas etapas, que pueden darse de manera sincrónica y diacrónica.

La primera de ellas es la etapa “no tengo destino y por tanto, cualquier bondi me deja bien”. Eso sí, cualquier bondi te deja bien si te deja en una zona medianamente residencial, no a más de cinco cuadras de algún centro urbano, con un nivel social de clase media para arriba, con restaurantes de sushi y/u otras comidas exóticas, pero también con una parrillita, porque a veces se me antoja un choripán con chimichurri y qué sushi ni qué ocho cuartos. Porque no da que el bondi que te tomaste en el hastío de la vida cotidiana te deje en una zona fea y sin las peculiaridades que describimos cual aviso de “se busca” para los clasificados del diario. Entonces, partiendo del axioma de la cualquieridad de bondi una agarra viaje con el primer salame que se le cruza. Por supuesto, porque somos mujeres,  por más que todas eventualmente nos la demos de superadas, nos enamoramos perdidamente del fulano en cuestión. “Boluda, lo amo. Quiero casarme con él y tener muchos bebés”.  Hasta que a las tres semanas hiciste el motif index de los defectos del señor y te diste cuenta que si ponés en la balanza las cosas buenas y las malas, el lado de las malas cae estrepitosamente y te agujerea la mesa (y no digo el piso porque abajo del parqué hay concreto, pero seguro que el parqué te lo raya). Al fulano en cuestión, (con el que corren dos posibilidades a tratarse a posteriori) se le deja de responder mensajes de texto y/o publicaciones en facebook paulatinamente hasta (gracias a Dios) se deja de hablarle, para que pase a ser otro aparato más en el catálogo de tarados a domicilio.

La segunda etapa es la de “no tengo muchacho que me festeje y tampoco tengo mucho que estudiar, ergo, mi vida se vuelve monótona y aburrida así que voy a buscarme algún zapallo del cual enamorarme”. Una de las posibles consecuencias de esto es la etapa I, la de los bondis, agarrás viaje con cualquiera porque estás aburrida, te aburrís del  cualquiera y volvés a la etapa II y así sucesivamente.  La otra posibilidad es la que me lleva a describir la etapa III.

La etapa III es la etapa del amor imposible. Me enamoro de uno que SÉ positivamente que no va a darme bola. Y te enamorás a propósito, a sabiendas de que no te da bola. Y como no te da bola te enamorás más. Y luchás incansablemente y llorás porque no te da bola, y en cambio anda saliendo con ese gato, esa baratija de bazar, esa yegua que se tiñe el pelo con agua oxigenada y después tiene raíces de dos centímetros y tres milímetros de pelo ligeramente menos rubio y entonces es una grasa.

La etapa IV es la etapa del “enamoramiento hasta la correspondencia”. Ligeramente similar a la etapa III, consiste en el enamoramiento típico de la etapa de los bondis, súbito, repentino y abrumador, en el que una lo ama en secreto y planea un casamiento en la playa con palomas saliendo de una canastita de mimbre cuando terminó de ponerme el anillo de oro que por dentro reza “tuyo hasta la eternidad”. Este enamoramiento continúa hasta el momento en el que el muchacho en cuestión empieza a manifestar interés.  Posiblemente quiere presentarnos a la familia o nos dice que nos quiere. Ni hablar cuando a una le dicen que no esté con otros. No, no pensaba estar con otros, pero abriste la boca y la cagaste. Esas cosas no se dicen, ¿cuándo van a aprenderlo? Si la mujer quiere estar con otro, no va a dejar de estarlo porque se lo digan. Y entonces, de golpe y porrazo, el casamiento ya no va más porque el abogado de divorcio puede resultarme sumamente caro, y el chico es un freak que salió quince días con una y ya mirá con lo que me viene. Ergo, chau muchacho, hola etapa I y/o III.

Por último, la etapa que viene a resumir la historia: la etapa de “me aburrí de estar sola y me busqué un pseudo novio, pero él no sabe ni sabrá que es mi novio, y si me dice que me quiere corro espantada, pero ¿qué pasa que no me dice que me quiere?”. Es básicamente la etapa de la duda y la impotencia. Salgo con el muchacho y a mis amigas les digo que “ni loca me ennovio”, pero una sabe que secretamente está organizando la agenda para ver qué película vemos juntos el mes que viene. Y a qué restaurante vamos al mes siguiente.  Y todo marcha GENIAL, porque con él la paso bárbaro y no me manifiesta afecto desmedido. Pero ¿qué pasa? ¿Qué onda? Pienso en vos, quiero que pienses en mí… ahora, si pensás en mí me da miedo. ¿Pero pensás en mí? Porque, digo, no da que yo piense en vos y vos no pienses en mí.  Y así, la duda nos carcome por meses, hasta que un día el susodicho nos dice que nos quiere, y que quiere formalizar. Y como fueron meses de tortura a una ni se le ocurre decir que no, porque ahora SÍ lo quiere.

En fin, básicamente, no nos viene bien nada. El gataflorismo es el mal femenino de nuestro siglo (y del anterior, y del anterior, y así retrospectivamente); puede terminar de dos maneras: la sucesión de muchas etapas y la perpetua soltería hasta la etapa V, o … No, esperen, siempre termina, estúpida pero felizmente, en la etapa V. 

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