miércoles, 9 de marzo de 2011

The show must go on.

Todos, o la mayoría mentalmente saludable, nos hacemos los bananas todo el secundario. Que no estudio, o, en el caso de los más ñoños (ejemplifíquese con mi persona y casos peores) estudio lo justo y necesario para aprobar. El secundario es el régimen perfecto para la ley del menor esfuerzo. Y llega el examen, y sí, uno se pone un poquito nervioso, pero no pasa nada, total, al profe lo conocés, le ves la cara todos los días, sabe quién sos, etc.

Resulta que un día el secundario se termina y uno tiene la esperanza de que en la facultad va a seguir haciendo las mismas bananadas y que van a seguir dando resultado. Hasta que la profesora de literatura española te avisa que tenés que sacar fotocopias del bloque I, y vos vas, y te encontrás con una pila de 10 cm de crítica literaria. Y te da un ataque porque es el bloque I, ergo, hay un bloque II, un bloque III, y continúe usted la secuencia. Una vez que te acostumbrás a las cantidades colosales de material de lectura, llega la instancia de final. Y el quid de la cuestión es: si en 5 años de mi vida, dando exámenes, no me puse nerviosa, qué pasa ahora que no sólo estoy nerviosa si no que mi estómago es un zamba de jugos gástricos y mi cerebro una  casa de los espejos (continuando con las analogías con ferias) en las que los pensamientos, conceptos y derivados se reproducen continuamente hacia el infinito y más allá y llega el punto en el que preguntan “¿nombre?”, y automáticamente gritamos “RODRIGO DÍAZ  DE VIVAR” y no, capa. Ese es el Cid, sí, el famoso. Vos sos Constanza Esposito, Letras, tercer año… “aah… cierto…”. El punto es que este sin sentido de emociones nos vuela la cabeza y nos sumerge en un mundo de posibilidades emocionales nunca antes vista. Porque en el secundario te importaba poco y nada dar geografía con 6, 8 o 9. Claro, sacarse un 9 era genial, pero el punto era aprobar. Total a mí qué me importaba la geografía. Pero ahora llegás y te chocás con cosas que te gustan y que te forman como profesional. Y alguien SÍ va a mirar tu promedio a la hora de contratarte. Entonces empieza la crisis. Que no puedo, que soy una inútil que dejo Letras y me dedico a contar los azulejos del techo porque mi cerebro no da para más, y ni siquiera, porque capaz que después del azulejo número 715 me pierdo. Que voy a tener que aprender a comer por fotosíntesis y/u ósmosis porque soy lo mismo que una planta/crustáceo/esponja, en definitiva, cualquier animal con menos de 0,5 cm cúbicos de materia gris.

De todas maneras siempre llega algún pariente que estuvo en estas circunstancias (y conoce la sensación) y nos convence de ir a rendir. Y uno llega a la facultad pálido, ojeroso, con cara de ser un sobreviviente de algún atentado de la FARC, porque Inés Betancourt cuando salió de su eterno infierno terrenal tenía mejor cara, más color en las mejillas y como 5 kg de más de los que uno perdió entre los nervios, el “no como porque pierdo tiempo de estudio”, y la falta de sueño.

Momento pre final, en el que todos los compañeros estamos allí reunidos por orden del congreso general constituido por padres, madres y o parientes de diferentes cepas. Momento en el que, uno no sabe si releer los apuntes subrayados con resaltadores de colores del círculo cromático completo o si escuchar música, o mandarse mensajes con el padre, madreo o tutor, rogándole que lo rescaten de semejante tortura. Que cocina, plancha, lava el resto de su vida, pero que por favor nos dejen irnos. Porque sí, sentimos que nos están mirando constantemente. Y por si uno no estuviera lo suficientemente trastornado y poco entero llega algún scortum filii (léase hijo de prostituta en latín) que viene y te dice: “Estudiaste el subtítulo tres del apartado veinticinco sección siete subsección B? Porque el encabezado de la foto de la página 714 era importante”. Y uno pasa del letargo en el que odiaba a su persona compulsivamente a un frenesí  e hiperactividad desmedidos en los que abre el manual, busca la página 714, lee el encabezado de la foto que trata sobre extrañas teorías que sopesan la posibilidad de que Rodrigo Díaz de Vivar haya sido concebido por los extraterrestres. Y la puteada más chica nos vuela el lóbulo frontal, pero uno se calla porque, después de todo, hay que poner la mejor onda para ser diplomáticos.

Y sale la profesora del aula, que a nosotros se nos asemeja a uno de esos cuartos de tortura de la inquisición, y teme que el profesor adjunto en la mesa de examen no sea otro que Torquemada, y dice “Esposito”.
Y uno lucha con las piernas, que milagrosamente parecen no querer responder a los impulsos nerviosos del cerebro (“Dale, derecha, movete hacia adelante!”), se arrastra hasta el cuarto, repasando en su cabeza todas y cada una de las peculiaridades estructurales, semánticas, formales, y demás del Cid, se sienta, ve al profesor abrir la boca y escucha:

“Bueno, contame. ¿Cómo se llaman las espadas del Cid?”.
“Tisona y Colada”.
“Bueno, bien, esperá afuera”.

Y claro, uno sale, respira y escucha “¿CÓMO TE FUE?”. El grito colectivo de los que están esperando para rendir.”No sé…” “¿Y QUÉ TE PREGUNTÓ?”. Y tratamos de calmarnos mientras el profesor entrega la nota que resulta que es un ocho.  Y entonces nos odiamos por dentro por ser tan exagerados. Llegamos a casa, dormimos todo el día, estudiamos para el final de la semana entrante. Llegamos a la segunda fecha de final, y el circo empieza de nuevo.

Pero justamente, qué sería del circo sin nosotros, los payasos.

2 comentarios:

  1. Excepcional como todos!!!
    geniaaaa!!!!

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  2. Majo Devoto escribió: "ME ENCANTOOOOOOOOOOOOOOOO!!!!!!!! LO QUE ME REIIIIIIIIII, DESPUES VOY A LEER LOS OTROS!!!!!!!!!!! FELICITACIONES COTYYYYYYYYYY!!!!!!!!!! JAJAJAJAJAJAJAAJAJA"

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